jueves, 25 de diciembre de 2008

Bagdad en play station



A mi hijo le gustan las películas de acción,
las guerras entre los malos y los buenos, todavía peores.
Patadas, armas letales, balazos, persecuciones,
donde todos ambicionan la supremacía de ser temidos.

Le aburren los dramas donde nunca pasa nada.
Dos personas que toman café o vino y hablan, se aman en alcobas,
desayunan, fuman y hablan y se rompen el corazón.
Mi hijo se burla de esas películas sin helicópteros, bombas ni tanques blindados.

Admira a los héroes que luchan por La Nación, La Ideología, La Religión,
(la rapiña posee discursos edulcorados) contra El Tirano,
Big Brother, el Señor Presidente, y sus proles:
los negros, los indios, los infieles, los pobres, los disidentes.
(Mi hijo quiere ser un héroe; ignora que él también es un extra)

Los vencedores se apropian de las tierras, las minas, el petróleo, la mano de obra.
Cambian la lengua, la moneda, las costumbres, la fe.
El imperio educa en La Democracia y La Libertad, e impone Mc Donald´s y Coca cola.

El mundo libre es un mercado. En sus pasillos, mueve Charlot su bigote, Marilyn se suicida y Lennon canta Imagine.

Mi hijo juega play station, el juego favorito de los políticos imperiales.
No pierden el tiempo como yo, leyendo poesía o escuchando música que nunca pasan en MTV ni gana Grammys.

¿Miras ese objetivo marcado con una cruz?, me pregunta mi hijo,
es una aldea llamada Iraq. Ahí vive un tirano.
Me ordena que tome el control y dispare. (El juego se mueve
con el mismo instinto que la fiera naturaleza).

Yo destruiré con misiles, me asegura, la ciudad de Bagdad.
Detengo su mano. ¿Te acuerdas de Bagdad, hijo?
Es la ciudad que sobrevolamos en una alfombra mágica junto con Aladino;
en esa fantasía, tu hermana más pequeña era Yazmín.
En Bagdad, Sherezada contaba al rey los cuentos de Las mil y una noche.
En sus tabernas escribió Khayyam los Rubaiyyat que me conmueven.
Cerca de ahí, entre el Tigris y el Eúfrates, creó Yahvé el paraíso.

No te procupes, viejo, dice mi hijo, los cuentos no existen en realidad.
Y él también aprieta el botón.


(Leído por Miguel Quintero en La Gota)

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