Cuando comenzamos a leer o escuchar la parábola del sembrador, nos acercamos a ella con una actitud de conocer toda enseñanza que pudiera salir de ella.
¡Jesús mismo aclara lo que significa la parábola! Asi que ¿Para qué buscar más? El camino es de quienes el enemigo arrebata la palabra; los pedregales son aquellos que reciben con gozo pero no profundizan y cuando viene la tribulación desisten; los espinos son aquellos que se enredan en los negocios de este mundo y nunca llegan a dar fruto; la buena tierra son los que dan fruto a treinta, sesenta y ciento por uno... Pero es en esto último que me gustaría llamar tu atención:
¿Porque hay fruto a treinta, sesenta y ciento por uno?
¿No se supone que toda es buena tierra? ¡Toda dió fruto después de todo! Bien podríamos acusar al sembrador o a la semilla, sin embargo dudar del sembrador es poner en entre dicho la obra del Espíritu y señalar la semilla es dudar de la eficacia de la Palabra de Dios.
Entonces el problema sigue siendo el suelo que, aunque buena tierra no ha producido en al menos dos casos al ciento por uno.
Antes que nada conviene recordar cual es el fruto que Dios espera: El amor. El amor que Dios produce en nosotros por permanecer en él y que su palabra permanezca en nosotros.
El sembrador ha puesto en nosotros su palabra y la pregunta es... ¿Hemos dado fruto?
Amar a Dios sin amar a nuestro prójimo y a nuestros hermanos es como hacer la tercera parte de lo que debemos, fruto a treinta por uno. Nosotros amamos a Dios porque el nos amó primero.
Amar a Dios y a nuestro prójimo o hermanos es hacer el trabajo un poco más allá de la mitad. Esto es la ley y los profetas.
Sin embargo Dios quiere que nuestra entrega sea completa: 100%: Amor a Dios, a nuestro prójimo, a nuestros hermanos.
¡Jesús mismo aclara lo que significa la parábola! Asi que ¿Para qué buscar más? El camino es de quienes el enemigo arrebata la palabra; los pedregales son aquellos que reciben con gozo pero no profundizan y cuando viene la tribulación desisten; los espinos son aquellos que se enredan en los negocios de este mundo y nunca llegan a dar fruto; la buena tierra son los que dan fruto a treinta, sesenta y ciento por uno... Pero es en esto último que me gustaría llamar tu atención:
¿Porque hay fruto a treinta, sesenta y ciento por uno?
¿No se supone que toda es buena tierra? ¡Toda dió fruto después de todo! Bien podríamos acusar al sembrador o a la semilla, sin embargo dudar del sembrador es poner en entre dicho la obra del Espíritu y señalar la semilla es dudar de la eficacia de la Palabra de Dios.
Entonces el problema sigue siendo el suelo que, aunque buena tierra no ha producido en al menos dos casos al ciento por uno.
Antes que nada conviene recordar cual es el fruto que Dios espera: El amor. El amor que Dios produce en nosotros por permanecer en él y que su palabra permanezca en nosotros.
El sembrador ha puesto en nosotros su palabra y la pregunta es... ¿Hemos dado fruto?
Amar a Dios sin amar a nuestro prójimo y a nuestros hermanos es como hacer la tercera parte de lo que debemos, fruto a treinta por uno. Nosotros amamos a Dios porque el nos amó primero.
Amar a Dios y a nuestro prójimo o hermanos es hacer el trabajo un poco más allá de la mitad. Esto es la ley y los profetas.
Sin embargo Dios quiere que nuestra entrega sea completa: 100%: Amor a Dios, a nuestro prójimo, a nuestros hermanos.
¿Es éste el fruto que hay en mí?
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